Como no podría ser de otra manera la idea nació,
como su autor, en Las Vistillas. Desde mi infancia el pedernal había llamado mi
atención, seguramente por la utilización del sílex por el hombre primitivo. Las
hachas, cuchillos y demás utensilios del neolítico expuestos en los museos me
parecían fascinantes, sobre todo cuando el material para construirlos estaba
tan al alcance de la mano. Bastaba romper un canto rodado (aunque no era
sencillo), para obtener la típica fractura concoidea y, si había suerte, en una
segunda fractura se podía obtener alguna lasca afilada y cortante. Recuerdo
bien haberlo intentado y conseguido con mis amigos en varias ocasiones.
Esta admiración infantil hacia el sílex se reforzó
cuando, andando el tiempo cursé mis estudios y surgió en mí el mineralogista
que llevaba dentro, que me hizo admirar de forma más profesional y sólida las
distintas variedades de la sílice, y eso que aún no se había iniciado la
carrera del silicio electrónico, tan imprescindible en la vida actual, como lo
fue el sílex para el hombre del neolítico.
Con este bagaje en mi cabeza y, con perdón si parece
un poco cursi, en mi corazón, estuve pasando durante años por la casa que hacía
esquina entre las calles de Don Pedro y la Travesía de Las Vistillas.
Dicha casa ocupaba el lugar de la que, en el
Plano de Texeira, se identifica como la propiedad de un tal P. González,
despensero del marqués de Auñón.
Aunque no lo puedo afirmar con total certeza, mi impresión personal es que la casa estaba abandonada desde mi infancia. En cualquier caso esto no es relevante, sino que el inmueble se fuera deteriorando con el tiempo, hasta que, a partir de un determinado momento, el revoco de la fachada se fue desprendiendo y dejó a la luz, en su zócalo, una serie de sillares de pedernal, que habían sido utilizados como base para su construcción.
La casa en cuestión es la que aparece al fondo y a la izquierda de esta fotografía, que recoge la venta de sandías en Las Vistillas |
En algún
momento se produjo una asociación entre este pedernal y el que tan familiar me
era por estar incorporado a las fachadas de San Nicolás, San Ginés, La
Encarnación o Las Descalzas, y surgió la hipótesis de que tuvieran una misma
procedencia.
Cuando
años más tarde leí que la muralla medieval de Madrid estuvo compuesta en una
parte muy significativa por pedernal, se empezó a cerrar el círculo y a
pergeñarse lo que luego ha sido la tesis expuesta en este blog, que se ha ido
reforzando y ampliando gracias a distintas observaciones, lecturas y consultas
de libros y de páginas en Internet.
Si alguien contemplara esta mini colección no entendería qué hacen ahí estas dos “piedras” al lado de ejemplares que se justifican por su belleza o singularidad, cuando por el contrario son estos ejemplares los que deben explicar qué han hecho para merecer estar compartiendo estantería con estos trocitos ilustres de la historia de Madrid.
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