lunes, 10 de diciembre de 2012

Nuestra Señora del Carmen

La Iglesia de Nuestra Señora de El Carmen es otra de las agraciadas con el pedernal de la muralla. Queda fuera del reducido circuito vital de mi infancia y, por tanto, no está dentro de esas vivencias y anécdotas con las que martirizo en otras ocasiones al paciente lector. Tal vez por esa razón cuando empecé a recabar información no la tenía catalogada como iglesia pedernalicia, y tuvo que ser un “paseo comercial” (no parece necesario dar nombres) el que me descubriera que la iglesia estaba ahí, y que su fachada lucía orgullosa nuestro pedernal desde hace casi cuatro siglos.
A falta de vivencias personales, la historia que está detrás de la iglesia no tiene desperdicio. Según cuentan los cronicones, que debían ser algo así como la prensa amarilla de aquellos siglos, la que hoy es calle de El Carmen se abrió para situar en ella un prostíbulo, continuación de los que ya existían en la zona de la Puerta del Sol. En este caso, el prostíbulo era de lujo y en él prestaban sus servicios señoritas venidas tanto de España como del extranjero, por lo que desde un principio el inmueble se vio visitado por lo más granado de la sociedad madrileña de entonces. Nobles y gobernantes no se recataban de entrar y salir de tal paraíso carnal, y hubieran sonreído complacidos ante los paparazzi, si hubieran existido. 

Y ya se sabe que cuando un establecimiento tiene tamaño éxito, se produce el efecto llamada e inmediatamente otros tratan de aprovechar el tirón y la clientela sobrante. Siguiendo esta máxima comercial, algún experto en marketing vio la oportunidad de abrir, junto a la anterior, otra mancebía para clases menos pudientes, que completara la oferta de la zona y democratizara el mercado. Y dicho y hecho, se abrió el nuevo prostíbulo, con la particularidad de que un genio de la publicidad situó en uno de los balcones una imagen de mujer, magníficamente ataviada, que cual guiñol movido por un criado, incitaba a los transeúntes y curiosos, con los gestos que nos podemos imaginar, a entrar en el local.

Pasó por allí (qué casualidad) un lego de la orden hospitalaria creada por Bernardino Obregón y se escandalizó al entender que la incitadora figura femenina era una estatua de la Virgen. El tema llegó al Santo Oficio, al que le faltó tiempo para aplicar la tea a quien movía la figura y a las servidoras públicas (a las servidoras de los económicamente débiles, no a las servidoras de los ricos… A estos efectos, ver Sede de UGT) y para pedirle a Felipe II que derribara el edificio y, de paso, regalara el solar a los carmelitas descalzos que andaban buscando dónde asentar sus beatíficas posaderas.

Hago aquí un breve paréntesis para informar que la figura fue recuperada y rehabilitada por Bernardino Obregón, tras lo cual el Ayuntamiento la rebautizó como Nuestra Señora de Madrid (¡nada menos!) y hoy está, venerada como tal, en la Parroquia de San Vicente Ferrer.

Cerrado el paréntesis, vuelvo al hilo de la narración que se continúa con la construcción súbita, en una noche, de un primer convento de madera en el solar de la mancebía arrasada, hasta que entre 1611 y 1640 se construyó allí el convento del Carmen Calzado, incluyendo la Iglesia que ahora nos ocupa. Al parecer, a quien debemos agradecer la incorporación del pedernal a las portadas es a Mateo de Cortray. Agradecido queda.
El pedernal aparece aquí dispuesto en amplios cuarteles separados por dos verdugadas de ladrillo, y lo hace con todo su volumen, con la argamasa en segundo plano, mientras que es muy visible la llaga entre los ladrillos. Como se puede ir observando existe una gran variedad de combinaciones entre el señorial pedernal y el popular ladrillo en los edificios que vamos contemplando.

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