A falta de vivencias personales, la
historia que está detrás de la iglesia no tiene desperdicio. Según cuentan los
cronicones, que debían ser algo así como la prensa amarilla de aquellos siglos,
la que hoy es calle de El Carmen se abrió para situar en ella un prostíbulo,
continuación de los que ya existían en la zona de la Puerta del Sol. En este
caso, el prostíbulo era de lujo y en él prestaban sus servicios señoritas
venidas tanto de España como del extranjero, por lo que desde un principio el
inmueble se vio visitado por lo más granado de la sociedad madrileña de
entonces. Nobles y gobernantes no se recataban de entrar y salir de tal paraíso
carnal, y hubieran sonreído complacidos ante los paparazzi, si hubieran
existido.
Y ya se sabe que cuando un establecimiento
tiene tamaño éxito, se produce el efecto llamada e inmediatamente otros tratan
de aprovechar el tirón y la clientela sobrante. Siguiendo esta máxima
comercial, algún experto en marketing vio la oportunidad de abrir, junto a la
anterior, otra mancebía para clases menos pudientes, que completara la oferta
de la zona y democratizara el mercado. Y dicho y hecho, se abrió el nuevo
prostíbulo, con la particularidad de que un genio de la publicidad situó en uno
de los balcones una imagen de mujer, magníficamente ataviada, que cual guiñol
movido por un criado, incitaba a los transeúntes y curiosos, con los gestos que
nos podemos imaginar, a entrar en el local.
Pasó por allí (qué casualidad) un lego de
la orden hospitalaria creada por Bernardino Obregón y se escandalizó al
entender que la incitadora figura femenina era una estatua de la Virgen. El tema llegó
al Santo Oficio, al que le faltó tiempo para aplicar la tea a quien movía la
figura y a las servidoras públicas (a las servidoras de los económicamente
débiles, no a las servidoras de los ricos… A estos efectos, ver Sede de UGT) y para pedirle a Felipe II que
derribara el edificio y, de paso, regalara el solar a los carmelitas descalzos
que andaban buscando dónde asentar sus beatíficas posaderas.
Hago aquí un breve paréntesis para informar
que la figura fue recuperada y rehabilitada por Bernardino Obregón, tras lo
cual el Ayuntamiento la rebautizó como Nuestra Señora de Madrid (¡nada menos!)
y hoy está, venerada como tal, en la Parroquia de San Vicente Ferrer.
Cerrado el paréntesis, vuelvo al hilo de la
narración que se continúa con la construcción súbita, en una noche, de un
primer convento de madera en el solar de la mancebía arrasada, hasta que entre
1611 y 1640 se construyó allí el convento del Carmen Calzado, incluyendo la
Iglesia que ahora nos ocupa. Al parecer, a quien debemos agradecer la
incorporación del pedernal a las portadas es a Mateo de Cortray. Agradecido
queda.
El
pedernal aparece aquí dispuesto en amplios
cuarteles separados por dos verdugadas de ladrillo, y lo hace con todo su
volumen, con la argamasa en segundo plano, mientras que es muy visible la llaga
entre los ladrillos. Como se puede ir observando existe una gran variedad de
combinaciones entre el señorial pedernal y el popular ladrillo en los edificios
que vamos contemplando.
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