San
Nicolás forma parte de mi paisaje infantil y juvenil, ya que estaba situada en
uno de los itinerarios, quizás el más habitual, que seguía, junto con mi
hermano y un vecino, para ir al colegio. No obstante, debo confesar que la
iglesia no era objeto de mi atención preferente: rebasada la iglesia, mi atención se centraba en el cuartel
situado enfrente, a la izquierda, una vez que se superaba la empinada cuesta de
la calle San Nicolás.
Por
aquellos años, en ese cuartel se alojaba la guardia
mora (término ahora políticamente incorrecto) que acompañaba a Franco en
cuantos actos oficiales se celebraban. No por habitual, la presencia de los
soldados que guardaban la puerta dejaba de llamar mi atención, en la que se
mezclaban la admiración por lo exótico y un cierto miedo, ya que su aspecto y
su gesto eran poco tranquilizadores (ciertamente su función no era la de
tranquilizar a nadie)
En esta ocasión, no como en San Pedro, se puede disfrutar plenamente del “estilo austria”, compuesto por cuarteles de pedernal, conservando todo su volumen, ya que la argamasa queda en un segundo plano y separados por una verdugada doble de ladrillo cocido.
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