Como
decía antes, los estudiosos se pusieron a contar, y andan en discusión sobre si
hubo una o dos murallas árabes, y si después existieron dos o tres murallas
cristianas. Estos estudiosos no tienen en cuenta que se trata, en cualquier
caso, de una construcción urbanística de Madrid, y eso significa, por muy atrás
en el tiempo que vayamos, que la muralla siempre estaría y está en obras, y lo
mismo que ahora tenemos una M-30, que varía cada mes o cada semana, nuestros
antepasados, fuera bajo la dominación árabe o bajo la cristiana, tendrían una
muralla “penelopiana”, en continua
construcción, destrucción y reconstrucción.
Grabado del Alcázar y la Muralla realizado en 1562 por Anton Van den Wyngaerde, conocido en España como Antonio de las Viñas
Aquí me acojo, porque me gusta y me viene bien, a la versión según la cual, el emir de Córdoba Muhammad I, a finales del siglo IX fundó la ciudad de Mayrit, sobre una colina que venía siendo habitada desde tiempos prehistóricos, y edificó un alcázar que amuralló usando pedernal en su parte inferior y caliza en la superior, y rodeó esta muralla con fosos llenos de agua, aprovechando los numerosos arroyos que había en la zona. A este recinto amurallado se le denominaba Almudayna o Almudena, que significa “ciudadela” en árabe.
A partir
de esa primera muralla árabe, Madrid fue construyendo sucesivas murallas
cristianas. A los efectos de este blog, poco importa cuál fue el número de
murallas que haya tenido Madrid, ya que me voy a referir a una muralla, que tal vez
sea mezcla de elementos de varias, y que entiendo viene a coincidir de forma
muy aproximada con la que los expertos identifican como la segunda muralla
cristiana.
Esa
muralla fue construida sobre
y a partir de las anteriores entre los siglos XI y XII. Partía del Alcázar y,
siguiendo el sentido contrario al de las agujas del reloj, bajaba por la Cuesta
de la Vega, cruzaba la calle de Segovia y se metía por entre las calles Angosta
de Mancebos y Don Pedro, salía a la plaza de Puerta de Moros, discurría por
entre la Cava Baja y la calle del Almendro, para llegar a la plaza de Puerta Cerrada
y continuar por el interior de las casas de la calle de Cuchilleros y de la
Cava de San Miguel, seguía entre Espejo y Mesón de Paños e Independencia y
Escalinata hasta la plaza de Isabel II desde donde enlazaba, de nuevo, con el
Alcázar, para cerrar el recinto. Esta zona norte del trazado es la que presenta
más dudas, ya que los restos encontrados son más escasos.
Por
cierto, que en relación con la Puerta de Moros existe una leyenda truculenta.
Al parecer, en una determinada época todas las noches los vecinos escuchaban
voces, gritos, alaridos y todo tipo de ruidos fantasmagóricos. La primera
explicación que dio el pueblo es que los gritos procedían del alma en pena de
un morisco que había fallecido al recibir el bautismo. Los vecinos cristianos
colocaron una cruz en la puerta de la casa del morisco para exorcizar su alma,
pero la medida no surtió su efecto, y los alaridos nocturnos no cesaron. La
cosa se complicó y se aclaró cuando los vecinos pudieron ver, que no era una
sino tres las almas en pena de niños que atravesaban las paredes y gritaban el
nombre de quien les había quitado la vida, que no era otro que su propio padre,
un armenio ¡que se los había comido! El asesino fue azotado hasta morir y los
espectros desaparecieron. ¡Toma ya!
Sin miedo
a los fantasmas, mi mujer y yo hemos convertido en una costumbre, bien grata por
cierto, cubrir un circuito que sigue aproximadamente el recorrido de la
muralla, ya sea paseándolo por puro
placer e higiene, o para realizar pequeñas compras diarias.
En el
espacio delimitado por esta muralla está compendiada la pequeña historia de las
primeras versiones de “Madrid”. Desde los asentamientos iniciales en el valle
de San Pedro, alrededor de fuentes y corrientes de agua abundantes y de alta
calidad, a la primera fortificación árabe del cerro del Alcázar, llevada a cabo
por Muhammad I, allá por el 855, al crecimiento de los barrios musulmanes,
judíos y cristianos, o al nacimiento de los distintos arrabales extramuros.
Es un espacio
en el que estuvieron ubicadas las principales parroquias de aquel Madrid, como
las de Santa María, San Salvador, San Nicolás, San Pedro y San Andrés, citadas
en orden de antigüedad, más las de San Juan, San Justo, San Miguel de la Sagra,
San Miguel de los Octoes y Santiago, cuya antigüedad se desconoce. Al parecer,
es posible que Santa María fuera, incluso, anterior a la invasión musulmana.
Históricamente,
esta muralla cristiana debió ser la que impidió, en 1114, que Aben Yusuf
recuperara Madrid para la causa árabe, pese a tener asediada la ciudad durante
un largo periodo, acampado en lo que es ahora el “Campo del Moro”.
Aben
Yusuf no pudo entrar, pero los madrileños de entonces entraban y salían por las
distintas puertas de las que ha quedado memoria histórica y, a veces,
toponímica. Si hubiéramos podido realizar nuestro habitual paseo, allá por el
siglo XIII, parece que nos habríamos encontrado con vecinos entrando y saliendo
por la Puerta de la Vega, la de Moros, la Cerrada (bueno, por ésta
quizás no), la de Guadalajara o la de Valnadú. También estarían ahí, aún en pie
y dentro del recinto, el Arco de Santa María, y la Puerta de la Xagra,
vestigios de la muralla árabe.
Pero,
además de estas puertas, en el paseo habríamos visto decenas y decenas de
cubos, así como varias torres de las cuales han llegado hasta nosotros algunos
nombres como la Torre Gaona o la Torre Narigües, de discutida localización.
Y claro,
podríamos haber aprovechado el paseo para aprovisionarnos de las cosas más
necesarias para la casa, ya que las industrias y artesanías se instalaban
extramuros, cercanas a las puertas. Ahí están las calles de las platerías, de
las hilanderas, de los bordadores, de los cuchilleros, de los tintoreros, de
los latoneros, de los coloreros, de los curtidores, de los cabestreros, de los
esparteros, de los cedaceros, de los boteros (hoy, de Felipe III) o la plaza de
de los herradores. Seguramente la ubicación de tantos y tantos oficios no se
corresponde exactamente con los establecimientos del siglo XIII, ya que lo
lógico es que evolucionaran y se desplazaran con el paso de los años y de los
siglos, pero apostaría a que no estaban muy lejos de las calles actuales.
También,
en este hipotético paseo habríamos encontrado, sin duda, un terreno accidentado,
con zanjas, con charcos, con cien dificultades para andar... es decir, como
ahora, gracias a las interminables y sorprendentes obras con las que nuestros
regidores nos mejoran diariamente la ciudad desde la más remota antigüedad.