A los
efectos que aquí nos interesan, la capitalidad supone una explosión demográfica
y urbanística que se tradujo en una rápida expansión de la ciudad. Baste decir
que, si en 1546 los vecinos de Madrid eran unos 5.000, en sólo 25 años la
cantidad se elevó a más de 25.000. Para darles acogida, ya que entonces no
podían construirse torres de 50 plantas, hubo que rebasar los límites de la
muralla en todas las direcciones, salvo hacia el oeste, ya que los desniveles
del Campo del Moro y las Vistillas, suponían una solución de continuidad para
los constructores. Además, el Alcázar seguía exigiendo cierto respeto y
control.
La
muralla, como se ha dicho, fue desapareciendo paulatinamente ya fuera por
destrucción o por ocultación, pero su recinto interior quedó, en cierta medida
“congelado”, con una sustitución de casas in situ, pero sin grandes
transformaciones drásticas del trazado urbano, de forma tal que la estructura
básica del plano de Texeira es perfectamente reconocible hoy, tal como hemos
podido comprobar con algunos ejemplos.
Aquí se
puede hacer un sencillo ejercicio de historia-ficción: imaginar qué habría sido
de Madrid sin la decisión, ni explicada, ni explicitada de Felipe II. Pues
seguramente habría seguido una evolución demográfica y urbanística lenta, que
le habría permitido mantener mejor la muralla, que sería ahora un gran
atractivo turístico como pasa con tantas otras ciudades amuralladas. Por el
contrario, Toledo no tendría hoy muralla, y tal vez el Tajo habría sido
desviado, o circundaría la ciudad bajo la To-30, que ahora estaría tratando de
soterrar o de duplicar el alcalde toledano.
Esta acertada recreación de P.Schild podría haber sido la imagen de Madrid hasta el siglo XVIII o XIX, sin la capitalidad
Pero lo
cierto es que la elegida fue Madrid, y que fue Madrid la que sufrió en sus
pétreas carnes una profunda crisis de crecimiento, crisis que por cierto no
parece tener fin. Y fue durante su adolescencia, que trascurrió entre los
siglos XV y XVI, cuando experimentó el cambio objeto de este documento, puesto
que fue en estos siglos en los que coincidieron los dos hechos trascendentes a
efectos de mi trabajo: la destrucción de la muralla y la construcción de las
iglesias, conventos, palacios, edificios públicos y viviendas que exigía la
nueva capitalidad.
No obstante, el traslado de la Corte a Madrid no
parece que conmoviera inicialmente a la nobleza, fuertemente afincada en sus
feudos de Toledo, Burgos, Valladolid u otras ciudades, o al menos no la
conmovió tanto como para ponerse a construir palacios y residencias de cierta
importancia. Tal vez no tenían entonces muy claro lo que era, o iba a ser, la
Corte, o tal vez no se tomaron muy en serio la designación de Madrid, ya que la
competencia de Valladolid y otras ciudades les parecería difícilmente
superable. A lo que parece, el impulso constructor se restringió a pocos casos,
en general, en la periferia del centro urbano, como son los casos de la Casa de
las Siete Chimeneas o la Casa de Campo de Antonio Pérez en el camino de Atocha.
Al contrario que la nobleza, las órdenes religiosas
sí que apreciaron una oportunidad en la nueva capital y se lanzaron desde el
principio a fundar conventos y monasterios, hasta el punto que hubo que
refrenar, por ley, sus afanes fundacionales, limitando el número de órdenes que
podían instalarse.
Tras el impulso inicial de Felipe II, fueron su hijo
Felipe III y sobre todo su nieto, Felipe IV, los artífices de la primera gran
transformación de Madrid, casi definitiva en lo que al Madrid de los Austrias
se refiere, embelleciéndola de la mano de arquitectos como Antonio Sillero,
Juan Ruiz, Francisco de Mora y, sobre todo, de su sobrino Juan Gómez de Mora (1586-1648), arquitecto del barroco
castellano, heredero de los postulados de Herrera, y creador o consolidador del
“estilo Austria”, sencillo y austero, en cuya ornamentación juega un papel
primordial el pedernal reciclado.
Don Eugenio D’Ors describe el estilo Austria como
el compuesto por:“el popular ladrillo y el señorial granito de la sillería,
ambos coronados por la majestad real de la pizarra”. La descripción es
hermosa, aunque resulta evidente que don Eugenio, confunde o simplifica el
componente de la sillería, entre los que desde luego está el granito, pero
también y de forma muy destacada, el pedernal.
Es, además, con esta dinastía con la que Madrid vive
su gran crecimiento económico y el gran desarrollo cultural del Siglo de Oro
español, con monstruos literarios como Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora o
Calderón y con pintores como Velázquez.
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