Texeira identifica el Convento en su plano como: Recogimiento de las Arrepentidas, y señala que su nombre oficial es el de: Casa Real de Santa María Magdalena de Mujeres. No obstante, el pueblo soberano lo conoció desde muy pronto como: Convento de las Recogidas o Arrecogidas, que así parece tener más gracia, y así lo denomino en este blog.
En lo que a mí
corresponde, el Convento forma parte de mi paisaje vital, ligado
al trayecto del autobús 3 (creo que anteriormente llevaba era el número 4) que
he utilizado desde mi juventud de forma habitual, por ejemplo, para ir durante
tantos años a la Escuela de Minas situada en la calle Ríos Rosas.
A falta de vivencias
personales con este convento, sí tengo un recuerdo entrañable, vinculado a ese
trayecto del autobús 3 a su paso por la calle de Hortaleza. En el primer tercio
de la calle tenía su despacho de trabajo Rafael Cela Trulock, hermano de Camilo
José. Rafael era Ingeniero de Minas y cliente de mi padre que dirigía la
sucursal del Banesto situada a la entrada de la calle de Fuencarral. Mi padre
le debió de pedir que nos ayudara, a mi hermano y a mí, con algún tema de
estudios, a lo que Cela accedió. No recuerdo nada en absoluto de los que nos
contó en las escasas clases que nos impartió, más allá de contarnos que la
figura que forma el reflejo de la luz en el interior de un anillo es una
cicloide, pero lo que recuerdo muy bien es una historia personal que nos narró.
Rafael tenía el gesto, la voz y el estilo narrativo que recordaban a los de su
hermano Camilo, por lo que resultaba realmente agradable escucharle. Nos contó
que siendo estudiante de bachiller pasó por Ujo, pueblo situado en plena cuenca
minera asturiana. Observó, nos dijo, que
la tierra era negra, que el río era negro, que las mozas ¡eran negras!, y que
lo único que no era negro era la sotana del cura, que estaba verde por el uso.
Eso le llevó a decidir que nunca sería ingeniero de minas…, pero acabó
siéndolo.
El
Convento tiene una sabrosa historia[1],
que parece tiene sus antecedentes allá por 1587, año en el que las monjas
terciarias franciscanas empezaron a recoger a las mujeres descarriadas en el
Hospital de Peregrinos que estaba situado en la calle del Arenal. Este Hospital
entró en estado de coma físico y el Gobernador del Consejo Real mandó edificar
un nuevo Convento en la calle de Hortaleza, que fue solemnemente inaugurado en
mayo de 1623. Conviene recordar aquí, a efectos arquitectónicos, que eso le
hace coetáneo del Monasterio de la Encarnación, del Monasterio del Carmen o de
una de las reformas de San Ginés.
Del traslado de
veinte monjas y de cincuenta arrepentidas desde Arenal a Hortaleza, ha quedado
constancia en los cronicones de la Villa, ya que parece fue un acontecimiento.
La procesión pasó por delante del Monasterio de las Descalzas en uno de cuyos
balcones estaban los reyes, Felipe IV e Isabel de Borbón: la procesión hizo una
estación, se postró y se cantó una salve con gran devoción y emoción.
Curiosamente este
convento de recogimiento no era el único que prestaba sus servicios en Madrid
ya que, desde que en 1593 le propusieran a Felipe II “la conveniencia de hacer en la Corte un recogimiento de las mujeres
mozas perdidas que andan por estas calles ofendiendo a nuestro Señor”,
fueron varias las instituciones que se crearon con esta finalidad. Hay noticia,
al menos, de: la Casa de Aprobación de la Magdalena, para mujeres que se
convierten; el Convento de las Arrepentidas de Atocha; el Colegio reclusión de
mujeres, San Nicolás de Bari; la Real
casa de la Galera, que servía de encierro y corrección a mujeres de mala vida,
sita en la calle del Soldado; etc.
La “especialidad”
del convento de las Arrecogidas era la de procurar la reclusión decente de
mujeres que hubieran sido públicas pecadoras y una vez entradas allí, no podían
salir más que para casarse o para tomar los hábitos. No hay datos estadísticos
sobre qué tipo de salida predominó.
Andando el
tiempo, se produce el relevo de la dinastía de los Habsburgo por la dinastía
Borbón y Felipe V accede al trono de España. Pese a su origen francés,
presuntamente más liberal y mundano, decide perseguir la prostitución callejera
y en 1733 crea, ni más ni menos que la Santa
y Real Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo de la Salvación
de la Almas, que estuvo ubicada en el Convento de las Recogidas a partir de
1744. Entre otras misiones, y ante la dificultad de erradicar la prostitución
callejera, esta Hermandad creó una ronda que se paseaba por las calles más
conflictivas en la penumbra del ocaso. Según cuenta Ángel Utrillas, “una procesión de hermanos vestidos de
riguroso hábito oscuro, con el soniquete de las campanillas y las luces de
algunas antorchas produciendo sombras cuando menos, inquietantes, cantaba
coplas” como la siguiente:
“Hombre
que estás en pecado
si
esta noche te mueres
piensa
bien a donde fueres.
Presto,
torpe pasarás
de
tus carnales contentos
a
los eternos tormentos”.
La misión de la
ronda era, además de recoger a las prostitutas directamente de la calle, pedir
limosna, pero sobre todo atormentar y ahuyentar a los usuarios de los servicios
de las damas. Debido a esa procesión tan peculiar y al nombre tan estrepitoso y
exagerado de la Hermandad, no era de extrañar que el vulgo la conociera como Ronda
del Pecado Mortal. La Ronda subsistió hasta 1845, al parecer porque la
mejora de la iluminación callejera le restaba la necesaria tenebrosidad.
Con la llegada
del siglo XX el Convento sufrió distintas transformaciones, empezando por la
remodelación que llevó a cabo, en 1897, el arquitecto Ricardo García Guereta,
que con ocasión de la salida de las terciarias franciscanas y la entrada de calatravas
cistercienses, recubrió parte de la fachada exterior con ladrillo de estilo neo
mudéjar. En 1916, el arquitecto Jesús Carrasco dirigió una reconstrucción del
edificio según el antiguo trazado.
El pedernal está
alojado en cuarteles relativamente pequeños, sin llaga divisoria, que recuerda
a la utilización ornamental que de él se hizo en la Encarnación, San Ginés o el
Carmen, de los que, como antes quedó apuntado, es contemporáneo el Convento
original.
Y ya que sale a
colación la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, cuya historia y anecdótica
vinculación con la prostitución está recogida la correspondiente entrada, merece la pena un
comentario sobre este oficio y sobre el tratamiento que la sociedad le dio a lo
largo de aquellos dos o tres siglos.
Apunta Ángel
Utrillas, entiendo que con mucho acierto, que la conversión acelerada del
poblachón manchego en sede de la Corte y capital de las Españas, hubo de ser
traumática en muchos aspectos y uno de ellos fue la afluencia de multitud de
hombres jóvenes en edad de merecer, muchos de ellos militares, sin que
existiera una contrapartida equilibrada de mocitas casaderas. Esto creó una
tensión sexual que derivó en falta de respeto hacia las jovencitas vírgenes,
incluidas las novicias de los conventos (quizás convenga recordar el lance del
Tenorio y Doña Inés, que surge como un reto de don Luis Mejía para que Don Juan
complete la lista de sus conquistas con una novicia) La proliferación de
asaltos de este tipo y de violaciones seguramente llevó a considerar la
prostitución como un mal menor (como ha pasado clásicamente con los ejércitos
en marcha) y las mancebías como un remedio para devolver la seguridad a las
calles.
En el plano de
Texeira se recoge al menos una “casa de
las mujeres públicas”, situada entre las calles de Toledo y Arganzuela,
cuya titular quizás fuera Polonia de los Reyes.
A lo largo de los
años se alternaron épocas de tolerancia e intolerancia de la actividad, sobre
todo en todo aquello que afectaba más visiblemente a la presencia en las calles
de las mujeres y sus clientes, baste recordar que la creación del Convento
coincide con el intento de Felipe IV de prohibir, no sólo las mancebías sino
toda la prostitución en los amplios territorios de la monarquía.
En realidad, la
prostitución no llegó a prohibirse nunca, aunque sí se intentó controlar
diversas facetas de la actividad[2],
como es el, caso de la sanidad, de su limitación geográfica a determinadas
zonas (la más barata y ruidosa, se trató de confinar en el barranco de
Lavapiés) y de su gestión económica: la Sala de Alcaldes de Casa y Corte,
responsable de dicha gestión, cuidaba de que la actividad se realizara en las
mancebías que controlaba y perseguía a los rufianes y alcahuetas que le
birlaban los ingresos correspondientes.
Así fue, y así
sigue siendo, sobre todo en lo que afecta a la prostitución vinculada a las
clases bajas, ya que la vinculada a los ricos y a los poderosos siempre ha
estado al margen de estas prohibiciones y controles, disfrazada de camareras,
señoritas de compañía, asesoras y otros eufemismos.
Actualización a 19.02.2014
Gracias al concurso del Trivialillo madrileño que organiza Carlos Osorio en su blog: Caminando por Madrid, he podido incorporar a mi modesta "Madriteca" el libro escrito por Francisco José Gómez Fernández: Madrid, una ciudad para un Imperio.
Como tengo el feo vicio de leer lo que entra en casa, aunque sea regalado, he encontrado una cita en el libro, que enriquece esta entrada de forma notable. En la página 145, el autor nos cuenta que, dentro de las actividades de proselitismo con las que el Rey y Olivares trataban de llevar al Príncipe de Gales y al duque de Buckingham al redil católico: "...hubieron de presenciar, de forma fingidamente casual, el traslado de un grupo de prostitutas arrepentidas a una nueva casa en la que rehacer sus vidas..."
Ya que ambos hechos se produjeron en 1623, no cabe más que pensar que Carlos Estuardo vio pasar, supongo que con cierto asombro, la procesión a la que me he referido en el texto.
(ver La Casa de las Siete Chimeneas)
Gracias, Gómez; gracias, Carlos.
[2]
Enrique Villalba Pérez: Delincuencia, marginación y control del orden público en el Madrid del
siglo XVII, EL MADRID DE VELÁZQUEZ Y CALDERÓN. Ayuntamiento de Madrid
Parece poco histórico llamar "autocombustión" a los incendios de iglesias y conventos ocurridos en la 'zona roja' por mano de los patriotas republicanos. ¡Así se escribe la historia!
ResponderEliminarMuy documentado. Lástima lo de "autocombustión". Curiosa palabra para designar un incendio provocado.
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