Pero
sucede que la admiración se ve amplificada por formar parte del conjunto
“austria” de la Plaza de la Villa que tanto gusta ahora, gracias, claro está, a
la combinación de ladrillo cocido y de pedernal que lucen la mayoría de estos
edificios.
El
Palacio tiene sus anécdotas e historias de entre las que creo destaca la
ingeniosa huída, la noche del 18 de marzo de 1590, de Antonio Pérez, el fiel
secretario de Felipe II que estaba acusado de alta traición, no sin antes
haberse travestido de mujer.
Vuelvo al
rincón para comentar, en primer término, que la fachada de la Casa de Cisneros
que da a la Plaza de la Villa es la trasera, ya que la principal, y más
ornamentada, es la que da a la calle del Sacramento y, en segundo término, para
dar las gracias al arquitecto Luis Bellido y González que, en 1915, fue el
encargado de unir la Casa de Cisneros con la Casa de la Villa, para lo cual
construyó un precioso arco sobre la Calle de Madrid, que me parece “un
rinconcito dentro de un rincón”.
Por
cierto, ¿se han fijado en la enjundiosa calle que Madrid se ha dedicado a sí
misma? Después de ver su anchura y longitud, ¿se puede seguir afirmando que los
madrileños somos unos fantasmas? Pero eso
sí, el rincón dentro del rincón, está rodeado de pedernal por los cuatro
costados. ¡Ole que sí!
Sobre el
origen del pedernal, no hace falta ser muy imaginativo si se tiene en cuenta
que la construcción del Palacio es coetánea con la destrucción de la Puerta de
Guadalajara, que no estaría situada más allá de unos cincuenta metros.
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