En 1642 sufrió un incendio que destruyó la
capilla primitiva, siendo reconstruida, habría que decir que reedificada dado
que los restos tuvieron que ser derruidos. El responsable de la reedificación
fue Juan Ruiz, en 1645, es decir, durante el reinado de Felipe IV.
Es tradición que a la capilla original
acudiera a rezar con frecuencia el labrador Isidro (realmente era más pocero
que labrador), tradición que alcanza a otras muchas iglesias, puesto que era
muy dado a la oración. Y ya que hablo de parroquianos quede aquí que apuntados
en los libros parroquiales de San Ginés, constan tanto el bautizo de Quevedo,
como la boda de Lope de Vega.
Más o menos donde hoy se ubica la lonja que
da a la calle Arenal existió un cementerio del que la Inquisición desenterró y
quemó una buena cantidad de huesos, al suponer que pertenecían a judíos que por
allí habían vivido cuando era tan sólo un arenal, propiamente dicho.
En mi peripecia personal, San Ginés sólo
era la iglesia en la que el obispo auxiliar de Madrid-Alcalá, que era el
hermano del director y dueño de mi colegio, confirmaba a las mozas y mozos al
alcanzar la edad apropiada (la del pavo, más o menos), lo que suponía que una
vez al año aparecíamos por allí, aseaditos y trajeados decorosamente. Tengo
constancia fotográfica de ello, ya que la ocasión lo merecía, pero hago al lector
la caridad de no reproducirla.
El pedernal luce con todo esplendor en
distintas fachadas realzando y enriqueciendo el trazado de Juan Ruiz. Como en
tantas ocasiones se echan de más los edificios adosados que restan vistosidad a
un templo realmente notable.
En el caso de San Ginés, el
pedernal está dispuesto en cuarteles de distinto tamaño según la fachada de que
se trate, en los que el pedernal queda “aplanado” por la argamasa que lo une.
La separación vertical entre cuarteles se hace con una doble fila de ladrillos
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