Santa María pudo ser una ermita citada ya en
el año 38 de nuestra era, que habría pasado a ser la mezquita de la Almudena
bajo la dominación árabe, y que, tras la conquista de Madrid por Alfonso VI,
volvería a ser cristianizada y convertida de nuevo en iglesia. En cualquier
caso, se configuró como la primera iglesia del pueblo, el
lugar más venerado y visitado por los madrileños, más allá de sus
escasos méritos arquitectónicos y monumentales.
Quiere la leyenda que en el año
1083 una niña, llamada María, informara al Cid Campeador sobre una tradición
cristiana que había pasado de padres a hijos, según la cual, en el siglo VIII,
los cristianos madrileños, ante la llegada de los árabes, habían escondido una
imagen de la virgen en un silo de la muralla. El Cid no pudo iniciar la
búsqueda ya que la ciudad estaba aún en manos musulmanas.
Dos años más tarde, la noticia
le llegó al rey Alfonso tras la definitiva toma de Madrid, quien se dio de
plazo hasta el día 11 de noviembre para que la imagen apareciera ya que, en
caso contrario, con la determinación que corresponde a los grandes hombres,
derribaría la muralla para encontrarla.
La joven pasó la noche en vela,
rezando y a la mañana siguiente encabezó una procesión rogativa, en la que
participaba el mismo Rey. En un determinado momento, tras escucharse un grito,
se derrumbó un lienzo de la muralla y apareció la imagen de la Virgen, intacta
y con las velas encendidas. La historia de este Jericó madrileño no está nada
mal, para un pueblo sin agua y sin alcalde…
Desde su milagroso hallazgo,
Santa María albergó la imagen de la Virgen, que pasó a ser la patrona de
Madrid, desplazando a Santa Ana que lo había sido hasta entonces.
Remato esta leyenda recordando
que los más entusiastas defienden que la primitiva estatua, la escondida y
aparecida en la muralla, la trajo a Madrid San Calocero, discípulo del apóstol
Santiago, al que acompañó en su venida a Hispania (según la leyenda, San
Calocero habría cristianizado un anterior templo pagano dedicado a Júpiter). En
cualquier caso, de la antigüedad de la imagen primitiva puede hablar el hecho
de que la actual, creada en el siglo XVI, es muy similar a la que aparece en el
arca de San Isidro, que fue pintada en el siglo XIII.
Con tan azarosa y larga
historia, lo lógico es que un edificio que ha sido, presuntamente, templo pagano,
ermita, mezquita e iglesia, y que encima ha estado situado en Madrid, sufriera
diversas y continuas obras de mejora, peora y reestructuración, hasta que las
obras de ampliación de las calles Mayor y Bailén se lo llevaran por delante, en
el año 1868.
Texeira la representa sencilla y expedita
por sus cuatro costados, aunque grabados e incluso fotos posteriores dan fe de
la continua adición de capillas que la transformaron profundamente. Ahora nos
han dejado a la vista algunos de sus cimientos, y han colocado una especie de
jubilata de bronce, como eterno mirón de las obras, principal deporte madrileño
que espero se incorpore a los Juegos Olímpicos a celebrar en Madrid en 2016,
2020, 2024, 2028...
Mi convencimiento es que en
algunas de esas reformas, el templo recibió pedernal de la muralla, tal como
parece adivinarse en la maqueta de León Gil Palacio. Muy en concreto, los
textos se refieren a la capilla de Santa Ana diciendo que estaba “construida en buena piedra de sillería, a
diferencia del templo, que era de ladrillo y cajas de mampostería”. Cinco a
uno a que esa “buena piedra” de sillería no era otra cosa que el pedernal que
rodeaba por todas partes a Santa María.
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