Un primer
fantasma, (tal vez debería decir, una primera fantasma) sería el alma en pena
de una hija ilegítima de Felipe II, que vagaría por la casa en la que vivió
recluida hasta su muerte. Este Felipe…
Una
segunda fantasma sería Elena, desposada con el capitán Zapata, que quedó viuda
y desconsolada al caer en combate su esposo, allá por Flandes. Tal fue su
desesperación que la pobre Elena apareció muerta un mal día en su dormitorio,
por causas no determinadas. Pero si esto fue triste, lo peor es que el cadáver
desapareció misteriosamente, a la vez que empezó a vérsela paseando por el
tejado entre las chimeneas. Al final del paseo se arrodillaba, se daba golpes
de pecho y desaparecía. Pobre …
Según
otra versión de esta misma fantasma, resulta que la tal Elena era hija de un
montero de Felipe II, y ya que la familia era de confianza el Rey Prudente se
dedicó, embozado y de noche, a consolar a la inconsolable viuda hasta que murió
y se dedicó a pasear por el tejado con una antorcha en la mano. Sería para
espiar los “consuelos”, digo yo. Este Felipe…
Una
tercera fantasma, bastante parecida a la anterior, sería una joven esposa que
se casó, es de suponer que de forma obligada, con un viejo acaudalado (detalle
obvio) y que se quitó la vida la misma noche de bodas. Como es lógico, la buena
mujer empezó a pasearse, no en cuerpo y alma, sino sólo en alma, por el sótano
de la casa, lo que la diferencia claramente de las anteriores y demuestra que
en cuestión de gustos nada hay preestablecido. Además, al pasear por el sótano,
esta infeliz hacía tintinear las arras de la boda que le había regalado el Rey,
y es que la moza había sido una de sus amantes. Este Felipe… El
detalle de las arras aporta cantidad de morbo a la historia debido a que,
durante unas reformas que se llevaron a cabo a finales del XIX para instalar
una sucursal de un banco (¡qué raro!), en uno de los muros del sótano, apareció
un esqueleto de mujer y junto a él unas monedas del tiempo de Felipe II. ¿A que
mola?
Y por
fin, un fantasma macho, y con mucha clase, ya que se trata nada menos que de un
Príncipe de Gales. La cosa empezó cuando a Jacobo I de Inglaterra se le ocurrió
la idea de casar a su heredero, el futuro Carlos I, con María, hermana de
Felipe IV, por aquello de las razones de Estado. Entre pocos prepararon el tema
y el Príncipe de Gales, convencido de que iba a triunfar, se vino para Madrid
acompañado del duque de Buckingham y se personaron en la embajada inglesa
discretamente disfrazados, como los plebeyos. Jack y Tom Smith (¡qué poca
imaginación!) No creo necesario aclarar que el embajador inglés, un tal John
Digby, conde de Bristol, tenía su residencia en la Casa de las Siete Chimeneas,
por lo que la escena, propia de una tragedia romántica, se desarrolló en el
edificio que ahora nos ocupa. Y es que,
héteme aquí que medió el conde duque de Olivares, y como dice Clodulfo en La
venganza de don Mendo, "y le hizo mal tercio", ya que desbarató el intento,
consiguiendo que la Infanta se mostrara fría y desdeñosa ante su presunto
enamorado. Éste se cogió el mosqueo de rigor y se volvió para la rubia Albión
con el rabo (con perdón) entre las piernas. Lo peor para Carlos estaba por
llegar, ya que muy poco después acabó en el patíbulo, con la cabeza separada
del tronco. Y ahora viene lo bueno, ya que el Príncipe tuvo el detalle de volverse
a Madrid, a la Casa en la que recibió las calabazas, para pasearse melancólico
por sus pasillos como deben hacer los enamorados desdeñados. Total, un fantasma
guiri.
La casa
siempre ha estado presente en el inconsciente colectivo del pueblo, lo que le
valió el honor de ser una de las asaltadas durante el motín de Esquilache, ya
que era la residencia del impopular personaje.
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