lunes, 10 de diciembre de 2012

Casa de las Siete Chimenea

Al hablar de la Casa de Cisneros, y al referirme a la calle de Madrid, la he puesto como ejemplo de la sencillez del madrileño, teniendo, como tenemos, fama de ser fantasmas…, pero para fantasmas los de la Casa de las Siete Chimeneas, a la sazón hoy Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. En una rápida revisión bibliográfica he contado hasta cuatro, lo que la convierte en una casa digna de Stephen King.

Un primer fantasma, (tal vez debería decir, una primera fantasma) sería el alma en pena de una hija ilegítima de Felipe II, que vagaría por la casa en la que vivió recluida hasta su muerte. Este Felipe…

Una segunda fantasma sería Elena, desposada con el capitán Zapata, que quedó viuda y desconsolada al caer en combate su esposo, allá por Flandes. Tal fue su desesperación que la pobre Elena apareció muerta un mal día en su dormitorio, por causas no determinadas. Pero si esto fue triste, lo peor es que el cadáver desapareció misteriosamente, a la vez que empezó a vérsela paseando por el tejado entre las chimeneas. Al final del paseo se arrodillaba, se daba golpes de pecho y desaparecía. Pobre …

Según otra versión de esta misma fantasma, resulta que la tal Elena era hija de un montero de Felipe II, y ya que la familia era de confianza el Rey Prudente se dedicó, embozado y de noche, a consolar a la inconsolable viuda hasta que murió y se dedicó a pasear por el tejado con una antorcha en la mano. Sería para espiar los “consuelos”, digo yo. Este Felipe…

Una tercera fantasma, bastante parecida a la anterior, sería una joven esposa que se casó, es de suponer que de forma obligada, con un viejo acaudalado (detalle obvio) y que se quitó la vida la misma noche de bodas. Como es lógico, la buena mujer empezó a pasearse, no en cuerpo y alma, sino sólo en alma, por el sótano de la casa, lo que la diferencia claramente de las anteriores y demuestra que en cuestión de gustos nada hay preestablecido. Además, al pasear por el sótano, esta infeliz hacía tintinear las arras de la boda que le había regalado el Rey, y es que la moza había sido una de sus amantes. Este Felipe… El detalle de las arras aporta cantidad de morbo a la historia debido a que, durante unas reformas que se llevaron a cabo a finales del XIX para instalar una sucursal de un banco (¡qué raro!), en uno de los muros del sótano, apareció un esqueleto de mujer y junto a él unas monedas del tiempo de Felipe II. ¿A que mola?

Y por fin, un fantasma macho, y con mucha clase, ya que se trata nada menos que de un Príncipe de Gales. La cosa empezó cuando a Jacobo I de Inglaterra se le ocurrió la idea de casar a su heredero, el futuro Carlos I, con María, hermana de Felipe IV, por aquello de las razones de Estado. Entre pocos prepararon el tema y el Príncipe de Gales, convencido de que iba a triunfar, se vino para Madrid acompañado del duque de Buckingham y se personaron en la embajada inglesa discretamente disfrazados, como los plebeyos. Jack y Tom Smith (¡qué poca imaginación!) No creo necesario aclarar que el embajador inglés, un tal John Digby, conde de Bristol, tenía su residencia en la Casa de las Siete Chimeneas, por lo que la escena, propia de una tragedia romántica, se desarrolló en el edificio que ahora nos ocupa. Y es que, héteme aquí que medió el conde duque de Olivares, y como dice Clodulfo en La venganza de don Mendo, "y le hizo mal tercio", ya que desbarató el intento, consiguiendo que la Infanta se mostrara fría y desdeñosa ante su presunto enamorado. Éste se cogió el mosqueo de rigor y se volvió para la rubia Albión con el rabo (con perdón) entre las piernas. Lo peor para Carlos estaba por llegar, ya que muy poco después acabó en el patíbulo, con la cabeza separada del tronco. Y ahora viene lo bueno, ya que el Príncipe tuvo el detalle de volverse a Madrid, a la Casa en la que recibió las calabazas, para pasearse melancólico por sus pasillos como deben hacer los enamorados desdeñados. Total, un fantasma guiri.
Pero dejemos ya lo paranormal para ocuparnos de lo simplemente normal y bello. Estamos ante una Casa Palacio construida entre 1574 y 1577 por Antonio Sillero, inicialmente para Pedro de Ledesma, a la sazón secretario de Antonio Pérez, que aparece ligado a varios palacios y casas, ya que se trata de un personaje de gran poder en la época en la que nos movemos. Una década después, la casa fue a parar a manos de un genovés llamado Baltasar Cattaneo, gracias a lo cual el pueblo la bautizó como las casas de Cataño. Lo relevante del tema es que el nuevo dueño encargó una ampliación del inmueble a Andrea de Lurano, que es quien confirió a la casa su aspecto actual, y muy en concreto a quien se deben las siete chimeneas, identificadas pronto por los madrileños con los siete pecados capitales. Cómo somos.
La casa siempre ha estado presente en el inconsciente colectivo del pueblo, lo que le valió el honor de ser una de las asaltadas durante el motín de Esquilache, ya que era la residencia del impopular personaje.
El pedernal, mezclado con otras rocas, aparece con su volumen normal, dispuesto en cuarteles de longitud diferente, separados por una doble fila de ladrillo.

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