lunes, 10 de diciembre de 2012

Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales

El plano de Texeira sitúa la casa de Juan de Ciriza, Secretario de consejos y junta de aposentos, en la calle de Rexas, esquina a la calle de la Encarnación. 
Por cierto que Rexas debe pronunciarse Rejas, ya que el castellano antiguo utilizaba la gi griega, antes de introducir plenamente la jota castellana. Por esa misma razón Luxán, Texas o México deben pronunciarse Luján, Tejas o Méjico, y no Lucsán, Tecsas o el insufrible Mécsico que Dios confunda.

Andando el tiempo la casa, prácticamente un palacio, ha pasado a estar ubicada en la calle Guillermo Rolland, esquina a la calle de la Bola. Frente a ella está el popular restaurante La Bola, famoso por su cocido, y tal vez por pertenecer a la familia Verdasco, la del joven integrante de la “armada española” de tenis. Por cierto, que en el colegio coincidimos con uno de los verdascos, que debía ser tío-abuelo del tenista.
Según Fernando Valenzuela, el edificio es una de las pocas muestras que quedan de principios del XVII. En su opinión, la portada es probablemente de Francisco de Mora o de Juan Gómez de Mora. En resumen, Valenzuela entiende que “es un ejemplar interesante o importante para Madrid. Quedan poquísimos tan íntegros, sobre todo con el volumen y la densidad de edificación propios de la época..."

Pues bien, el edificio, tras distintos usos, fue adquirido en el año 1980 por la Escuela Superior de Restauración y Conservación para instalar en él su centro educativo. Durante siete años se estuvo restaurando para que fuera, posteriormente, la escuela de restauración, lo que no es un juego de palabras, sino una estupenda redundancia.
El pedernal fue utilizado, y ahí sigue, para asentar la casa, siendo visible en su zócalo, luciendo con todo su volumen, ya que la argamasa de unión queda en un segundo plano. Junto al pedernal se puede contemplar el granito utilizado en la sillería, fuertemente desgastado por la meteorización, y algún tipo de abrasión mecánica.

Al otro lado de la calle de la Bola está situado lo que fue el parvulario de mi colegio (ver también Monasterio de la Encarnación), por lo que debo referirme a nuestra “cancha” de baloncesto, que  un patio de tierra, en el que plantaron unas canastas altísimas hacia las que mirábamos para ver caer el balón, y lo que caía era arena que nos producía conjuntivitis y orzuelos múltiples, pero allí nació mi pasión y admiración por el baloncesto, ya que no se me olvidará nunca lo difícil que era para nosotros meter una simple canasta, por sencillo que fuera el tiro, en contraste con lo fácil que lo hacen nuestros campeones mundiales.

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