Los
barrancos de las laderas oeste y sur eran los más escarpados y en su parte
inferior estarían recorridos por arroyos confluyentes: el de
la calle Segovia era el arroyo Matrice, más tarde arroyo de San Pedro, que
verterían sus aguas en el modesto Manzanares.
Con tanta
agua a su disposición no resulta raro que en este lado oeste de Madrid existiera una vega fértil que abasteciera a la ciudad de distintos
productos. De ahí que la puerta que permitía el acceso a esa zona, fuera denominada de la Vega.
En el
plano de Texeira se puede apreciar el barranco al pie de las “vistas de la
puerta de la Vega”, así como los árboles de la Vega propiamente dicha, y la
salida por la puerta que conducía a la “calle de la puente segoviana”.
El
barranco estuvo ahí hasta las reformas urbanísticas del siglo XIX, en las que,
entre otras muchas, se abrieron unas calzadas en zigzag, con dos zonas
ajardinadas en medio, que conocemos hoy como Cuesta de la Vega, conservando
pues la toponimia original.
La deseada horizontalidad de los jardines, y la necesaria inclinación de los viales, para
salvar el desnivel existente, se resolvió con una serie de terrazas soportadas
por los correspondientes muros, y fueron esos muros los que recibieron el
pedernal que se iría extrayendo de los restos de muralla de la zona.[1]
En unos
casos, en concreto en las fachadas que dan al oeste, el pedernal está incluido,
junto con bloques de granito, como mampuestos en cajones limitados por una
verdugada doble de ladrillo.
En la fachada sur, que da a la calle de Segovia, el
pedernal aparece sin mezcla de ningún otro material, salvo en la esquina
formada por sillares de granito. Por cierto que esta pared, en la que existen
distintos huecos para el drenaje del agua y algunas grietas e irregularidades
propias de la mampostería concertada, es utilizada por la gente joven para
ensayar la escalada, con lo que, quizás sin saberlo, están rindiendo homenaje a
los “gatos” segovianos que escalaron la muralla en el siglo XI, en la toma de
Madrid.
[1] Las terrazas fueron construidas en el siglo
XIX, por lo que seguramente estemos ante un caso de utilización en dos etapas o
reutilización
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