Ciertamente,
salvo en lo que respecta a la desaparición del Palacio de los Lasso, la plaza
ha conservado hasta nuestros días el aspecto que tenía en el siglo XVII. Ahí
están, en su cabecera sur, la Capilla del Obispo, o la Casa renacentista de
Francisco de Vargas, marqués de San Vicente,
mientras que en su parte más baja, el recién recuperado jardín romántico
del Palacio de Anglona y la visión excepcional de la torre mudéjar de SanPedro.
Por algún
milagro urbanístico inexplicable (por eso es un milagro) la plaza ha quedado al
margen del tráfico, que sólo discurre, de refilón y de forma esporádica, por la
Costanilla de San Andrés para salir a la calle de Segovia. Ahora que se ha reabierto la Capilla del Obispo la Plaza ha quedado de dulce.
El
abundante pedernal que debió retirarse de los lienzos y cubos que abundaban en
la zona, se utilizó aquí y allá en obras de puro sostenimiento y adorno.
En la actualidad es visible a los dos lados de la
Costanilla de San Andrés. En el lado izquierdo, según se baja hacia la calle Segovia,
está componiendo el zócalo escalonado de las casas, bajo la modalidad de
mampostería concertada y rematado por sillares de granito en las esquinas.
Parece evidente que el zócalo es el original y que sobre él se han reedificado
las viviendas actuales.
En el lado derecho, el pedernal sirve de zócalo,
también, al mencionado jardín romántico del Palacio de Anglona, cuya visita es
muy recomendable, porque además, y esto vuelve a ser otro milagro, desde su
reapertura está siendo respetado hasta el punto de que los visitantes hablan
bajito, como si estuvieran en la consulta del médico, cuando se pasean por sus
viales de ladrillo vertical.
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