martes, 11 de diciembre de 2012

La muralla de Madrid

Este es un hecho evidente, para todo el que mire y lea, que Madrid tuvo, y en parte tiene, una muralla. Para el que mire, porque a pesar de siglos y siglos de continua destrucción, aún quedan suficientes restos de ella, y para el que lea, porque su existencia está profusamente documentada, aunque las fuentes en origen sean bastante convergentes.

Como decía antes, los estudiosos se pusieron a contar, y andan en discusión sobre si hubo una o dos murallas árabes, y si después existieron dos o tres murallas cristianas. Estos estudiosos no tienen en cuenta que se trata, en cualquier caso, de una construcción urbanística de Madrid, y eso significa, por muy atrás en el tiempo que vayamos, que la muralla siempre estaría y está en obras, y lo mismo que ahora tenemos una M-30, que varía cada mes o cada semana, nuestros antepasados, fuera bajo la dominación árabe o bajo la cristiana, tendrían una muralla “penelopiana”, en continua construcción, destrucción y reconstrucción.
Grabado del Alcázar y la Muralla realizado en 1562 por Anton Van den Wyngaerde, conocido en España como Antonio de las Viñas

Aquí me acojo, porque me gusta y me viene bien, a la versión según la cual, el emir de Córdoba Muhammad I, a finales del siglo IX fundó la ciudad de Mayrit, sobre una colina que venía siendo habitada desde tiempos prehistóricos, y edificó un alcázar que amuralló usando pedernal en su parte inferior y caliza en la superior, y rodeó esta muralla con fosos llenos de agua, aprovechando los numerosos arroyos que había en la zona. A este recinto amurallado se le denominaba Almudayna o Almudena, que significa “ciudadela” en árabe.

A partir de esa primera muralla árabe, Madrid fue construyendo sucesivas murallas cristianas. A los efectos de este blog, poco importa cuál fue el número de murallas que haya tenido Madrid, ya que me voy a referir a una muralla, que tal vez sea mezcla de elementos de varias, y que entiendo viene a coincidir de forma muy aproximada con la que los expertos identifican como la segunda muralla cristiana.
Esa muralla fue construida sobre y a partir de las anteriores entre los siglos XI y XII. Partía del Alcázar y, siguiendo el sentido contrario al de las agujas del reloj, bajaba por la Cuesta de la Vega, cruzaba la calle de Segovia y se metía por entre las calles Angosta de Mancebos y Don Pedro, salía a la plaza de Puerta de Moros, discurría por entre la Cava Baja y la calle del Almendro, para llegar a la plaza de Puerta Cerrada y continuar por el interior de las casas de la calle de Cuchilleros y de la Cava de San Miguel, seguía entre Espejo y Mesón de Paños e Independencia y Escalinata hasta la plaza de Isabel II desde donde enlazaba, de nuevo, con el Alcázar, para cerrar el recinto. Esta zona norte del trazado es la que presenta más dudas, ya que los restos encontrados son más escasos.

Por cierto, que en relación con la Puerta de Moros existe una leyenda truculenta. Al parecer, en una determinada época todas las noches los vecinos escuchaban voces, gritos, alaridos y todo tipo de ruidos fantasmagóricos. La primera explicación que dio el pueblo es que los gritos procedían del alma en pena de un morisco que había fallecido al recibir el bautismo. Los vecinos cristianos colocaron una cruz en la puerta de la casa del morisco para exorcizar su alma, pero la medida no surtió su efecto, y los alaridos nocturnos no cesaron. La cosa se complicó y se aclaró cuando los vecinos pudieron ver, que no era una sino tres las almas en pena de niños que atravesaban las paredes y gritaban el nombre de quien les había quitado la vida, que no era otro que su propio padre, un armenio ¡que se los había comido! El asesino fue azotado hasta morir y los espectros desaparecieron. ¡Toma ya!

Sin miedo a los fantasmas, mi mujer y yo hemos convertido en una costumbre, bien grata por cierto, cubrir un circuito que sigue aproximadamente el recorrido de la muralla, ya sea paseándolo por puro placer e higiene, o para realizar pequeñas compras diarias.

En el espacio delimitado por esta muralla está compendiada la pequeña historia de las primeras versiones de “Madrid”. Desde los asentamientos iniciales en el valle de San Pedro, alrededor de fuentes y corrientes de agua abundantes y de alta calidad, a la primera fortificación árabe del cerro del Alcázar, llevada a cabo por Muhammad I, allá por el 855, al crecimiento de los barrios musulmanes, judíos y cristianos, o al nacimiento de los distintos arrabales extramuros.

Es un espacio en el que estuvieron ubicadas las principales parroquias de aquel Madrid, como las de Santa María, San Salvador, San Nicolás, San Pedro y San Andrés, citadas en orden de antigüedad, más las de San Juan, San Justo, San Miguel de la Sagra, San Miguel de los Octoes y Santiago, cuya antigüedad se desconoce. Al parecer, es posible que Santa María fuera, incluso, anterior a la invasión musulmana.

Históricamente, esta muralla cristiana debió ser la que impidió, en 1114, que Aben Yusuf recuperara Madrid para la causa árabe, pese a tener asediada la ciudad durante un largo periodo, acampado en lo que es ahora el “Campo del Moro”.

Aben Yusuf no pudo entrar, pero los madrileños de entonces entraban y salían por las distintas puertas de las que ha quedado memoria histórica y, a veces, toponímica. Si hubiéramos podido realizar nuestro habitual paseo, allá por el siglo XIII, parece que nos habríamos encontrado con vecinos entrando y saliendo por la Puerta de la Vega, la de Moros, la Cerrada (bueno, por ésta quizás no), la de Guadalajara o la de Valnadú. También estarían ahí, aún en pie y dentro del recinto, el Arco de Santa María, y la Puerta de la Xagra, vestigios de la muralla árabe.

Pero, además de estas puertas, en el paseo habríamos visto decenas y decenas de cubos, así como varias torres de las cuales han llegado hasta nosotros algunos nombres como la Torre Gaona o la Torre Narigües, de discutida localización.
Y claro, podríamos haber aprovechado el paseo para aprovisionarnos de las cosas más necesarias para la casa, ya que las industrias y artesanías se instalaban extramuros, cercanas a las puertas. Ahí están las calles de las platerías, de las hilanderas, de los bordadores, de los cuchilleros, de los tintoreros, de los latoneros, de los coloreros, de los curtidores, de los cabestreros, de los esparteros, de los cedaceros, de los boteros (hoy, de Felipe III) o la plaza de de los herradores. Seguramente la ubicación de tantos y tantos oficios no se corresponde exactamente con los establecimientos del siglo XIII, ya que lo lógico es que evolucionaran y se desplazaran con el paso de los años y de los siglos, pero apostaría a que no estaban muy lejos de las calles actuales.

También, en este hipotético paseo habríamos encontrado, sin duda, un terreno accidentado, con zanjas, con charcos, con cien dificultades para andar... es decir, como ahora, gracias a las interminables y sorprendentes obras con las que nuestros regidores nos mejoran diariamente la ciudad desde la más remota antigüedad.


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